martes, 27 de febrero de 2018

Los rascacielos decapitados



No se posa el cuervo en la cabeza por casualidad,
no existe la pluma sin antes el sombrero.
Sucede un reflejo de plata en espadas y bandejas 
como rascacielos decapitados.
Vivo en un invernadero de gritos sin garganta
ni nombre
ni nada que arrojar a las tripas
del que maúlla en el felpudo
algo del amor atrapado en telas de araña.
Parece que no se sobrevive el sufrimiento
hasta que no te miras en él.
Y te sostienes en una existencia distorsionada
como cuando te agarras al lavabo
te miras
te olvidas de los zodiacos
no aúlla el eco de tus talones.
Como el que solo puede oír la música
de los cuchillos que se están afilando.
Como cuando en los párpados
no te caben ya más vidas. 

Solo se escucha el ritmo de los terremotos 
en las esquinas de las calles,
el chasquido de los dedos desmenuzando el dolor,
el rugido de los rascacielos decapitados. 

Algún día me iré a vivir al mar
a que me salgan escamas
por un buen motivo. 




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